Sombras y luces, historias y sueños.

Soy de la Patagonia, esa tierra donde «ahí nomás» son 200 km. En la latitud 45, en la «tierra de los vientos», conocí a mi esposa y nacieron mis tres hijos.

Mi conexión con la fotografía comenzó mucho antes, en los años 70, durante la escuela secundaria en Río Grande, Tierra del Fuego. Jorge Flores, un amigo de aquellos años, manejaba el laboratorio fotográfico de sus padres. Fue él quien me introdujo a la magia del cuarto oscuro, donde la paciencia y el detalle cobraban vida. Recuerdo nuestras largas caminatas en busca de pequeñas flores luchando por sobrevivir entre la nieve. Así aprendí a observar, a esperar.

En los años 80, mi madre, en un gesto inesperado, me regaló una cámara. Aún la conservo, funciona, algo golpeada por los años, pero sigue guardando historias. Mi profesión de ingeniero aplicada a la perforación de pozos de petróleo y gas me permitió recorrer buena parte de América del Sur. Siempre llevaba una cámara conmigo, lista para capturar instantes en medio del trabajo y los viajes.